GERENCIA,
SOCIEDAD Y POSTMODERNIDAD
D.
Pino Pascucci Stelluto
El
debate deontológico hay que asumirlo mirando las exigencias humanas
de siempre, mirando las expectativas de bien común, justicia social,
inclusión, equidad, solidaridad y compromiso social. Tal idea es la
que lleva a Habermas a señalar que la utopía no ha muerto, que la
modernidad es un proyecto inacabado y que ciertas fallas suyas lo
ponen en duda, conduciéndonos, en unos casos, a la postmodernidad, y
en otros a una especie de premodernidad. Para Habermas, es necesario
establecer la intersubjetividad mediante una acción comunicativa.
La
postmodernidad, es verdad, tiene una pluralidad de sentidos porque
presenta interpretaciones y valoraciones distintas; para unos se
contrapone a la modernidad, para otros no es más que una progresión
y una resultante de la modernidad. Respecto de esta última Max Weber
expresó que la misma no logró la liberación del hombre, y Bataille
añade que con dicho modelo lo que se ha generado es un proceso de
trabajo alienado y de acumulación de bienes. Tales críticas son,
por demás, válidas y explican el por qué de toda una corriente
filosófica cuestionadora.
Ahora
bien, encontramos propuestas que procuran corregir los errores de esa
historia de la modernidad (Habermas). Pero también hay quienes,
desde la postmodernidad, ven con simpatía que a partir de la ciencia
se promueva el progreso técnico, útil al desarrollo de unas
relaciones sociales de producción fundadas en el provecho exclusivo
del capital (Wittgenstein y C. Schmitt).
Ciertamente
que en el campo filosófico, en lo epistémico y ontológico, se puja
por la necesidad de trascender y superar la pugna entre sujetos y
asumir nuestra acción en torno a la especie humana con la finalidad
de que su suerte no esté más próxima a la desaparición total. Se
trata de que, como lo propone Morín (2000), nos dirijamos a la
construcción de una “antropo-ética” en la que aprendamos que
el ser humano es individuo, ser social y especie al mismo tiempo. Por
lo tanto, en el caso específico de la gerencia actual, debe
propenderse a la humanización de las organizaciones, valorizando la
cultura para dar al traste con el pragmatismo positivista,
encasillador, aplicado a la conducción de los emprendimientos, el
cual termina convertido en mero eficientismo, seguramente falso
eficientismo.
Al
parecer vivimos tiempos de apostasía, razón suficiente para la
ineludible construcción de un nuevo humanismo que se funde, como
dice Habermas (2008), en la profundización de los valores de la
modernidad (libertad, igualdad y fraternidad). Estos valores no están
postergados ni agotados, estos valores están siendo enfrentados por
el consumismo hedonista de una cierta postmodernidad. Las utopías no
han muerto, la historia no ha llegado a su fin, el fin es de la
concepción lineal de la misma; ahora, sencillamente, explica Morín
(1999), hay que introducir elementos nuevos como la incertidumbre, el
caos, el azar, el evento, en suma, la complejidad.
Hay
-y no puede negarse- una maximización del “yo”, es decir, el
sujeto individual por sobre el “sujeto social” que conduce a que
la ética se privatice. No es conveniente, por imperativo del poder
de grupos hegemónicos reducidos, apartar los valores esenciales del
ser humano social, pues como afirma Morín “todos los humanos,
confrontados desde ahora con los mismos problemas de vida y muerte,
viven en una misma comunidad de destino” (2000; 20).
La
gerencia de hoy debe tener presente que para muchos la vida es un
absurdo, sin significado. La ciencia sólo parece contestar preguntas
relativas al mecanismo de las cosas y no responde las angustias que
el ser humano vive ni las interrogantes que al respecto se formula.
Dominar el egoísmo básico, acabar con las guerras, la pobreza y el
padecimiento generalizado son aspiraciones que pueden alcanzarse.
Existe un reclamo extendido que hace un llamado a la ineludible
conciencia responsable. Comprender el mundo de la vida requiere de
unos procesos en los cuales la cultura juega un papel significativo,
de manera que no basta dejarlos en manos de la ciencia y de la
técnica. Aquí, precisamente, es donde Habermas concede a la
filosofía la responsabilidad de “actualizar su referencia a la
totalidad en su cometido de intérprete de la vida” (2008; 28).
El
mundo de la vida, en el que mujeres y hombres existen, debe ser
objeto esencial de toda reflexión, no para construir o fundar un
modelo de lo absoluto, pero sí para inquirir pensando. Debe haber
un compromiso con la justicia, lo cual significa que no es
descartable que el bien de todos constituya una idea fundamental,
susceptible de concretización para la sociedad.
¿Qué
percibimos como realidad en el mundo de hoy? Percibimos que existe
una cultura telemática que nos sitúa ante el hecho de que lo global
se ha tornado local y lo local se ha vuelto global: en pocas
palabras, la glocalidad.
Esto en si mismo no es un inconveniente si los términos de las
relaciones de poder que la mueven no esconden un mensaje de renuncia
a los valores esenciales e inmanentes a la persona humana. Preocupa
que fundados en ese desarrollo tecnológico, sobre la base de
eufemismos, se nos reduzca a la condición de homo
económicus
que, dentro de lo que sería la tradicional división internacional
del trabajo, reproduzca el rol de la subordinación en el marco de
realidades geoestratégicas imbricadas en una relación de centro y
periferia.
FUENTES
DOCUMENTALES
Attias
Basso, Aarón (2016). Una
amistad insospechada. Weber y Bataille en torno al desencantamiento
del mundo. IX Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de
La Plata, Argentina. Disponible en:
http://jornadassociología.fahce.unlp.edu.ar
HABERMAS,
Jürgen (2008). Conciencia moral y acción comunicativa. Editorial
Trotta. Madrid, España.
MORÍN,
Edgar (1999). La cabeza bien puesta: Repensar la reforma.
Reformar el pensamiento. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires,
Argentina.
MORÍN,
Edgar (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del
futuro. Ediciones FACES/UCV. Caracas, Venezuela.
Weber,
Max. (1973).
Ensayos
sobre Metodología Sociológica.
Amorrortu.
Argentina.
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