domingo, 9 de diciembre de 2018

Gerencia, sociedad y postmodernidad. D. Pino Pascucci


GERENCIA, SOCIEDAD Y POSTMODERNIDAD
D. Pino Pascucci Stelluto
El debate deontológico hay que asumirlo mirando las exigencias humanas de siempre, mirando las expectativas de bien común, justicia social, inclusión, equidad, solidaridad y compromiso social. Tal idea es la que lleva a Habermas a señalar que la utopía no ha muerto, que la modernidad es un proyecto inacabado y que ciertas fallas suyas lo ponen en duda, conduciéndonos, en unos casos, a la postmodernidad, y en otros a una especie de premodernidad. Para Habermas, es necesario establecer la intersubjetividad mediante una acción comunicativa.
La postmodernidad, es verdad, tiene una pluralidad de sentidos porque presenta interpretaciones y valoraciones distintas; para unos se contrapone a la modernidad, para otros no es más que una progresión y una resultante de la modernidad. Respecto de esta última Max Weber expresó que la misma no logró la liberación del hombre, y Bataille añade que con dicho modelo lo que se ha generado es un proceso de trabajo alienado y de acumulación de bienes. Tales críticas son, por demás, válidas y explican el por qué de toda una corriente filosófica cuestionadora.
Ahora bien, encontramos propuestas que procuran corregir los errores de esa historia de la modernidad (Habermas). Pero también hay quienes, desde la postmodernidad, ven con simpatía que a partir de la ciencia se promueva el progreso técnico, útil al desarrollo de unas relaciones sociales de producción fundadas en el provecho exclusivo del capital (Wittgenstein y C. Schmitt).
Ciertamente que en el campo filosófico, en lo epistémico y ontológico, se puja por la necesidad de trascender y superar la pugna entre sujetos y asumir nuestra acción en torno a la especie humana con la finalidad de que su suerte no esté más próxima a la desaparición total. Se trata de que, como lo propone Morín (2000), nos dirijamos a la construcción de una “antropo-ética” en la que aprendamos que el ser humano es individuo, ser social y especie al mismo tiempo. Por lo tanto, en el caso específico de la gerencia actual, debe propenderse a la humanización de las organizaciones, valorizando la cultura para dar al traste con el pragmatismo positivista, encasillador, aplicado a la conducción de los emprendimientos, el cual termina convertido en mero eficientismo, seguramente falso eficientismo.
Al parecer vivimos tiempos de apostasía, razón suficiente para la ineludible construcción de un nuevo humanismo que se funde, como dice Habermas (2008), en la profundización de los valores de la modernidad (libertad, igualdad y fraternidad). Estos valores no están postergados ni agotados, estos valores están siendo enfrentados por el consumismo hedonista de una cierta postmodernidad. Las utopías no han muerto, la historia no ha llegado a su fin, el fin es de la concepción lineal de la misma; ahora, sencillamente, explica Morín (1999), hay que introducir elementos nuevos como la incertidumbre, el caos, el azar, el evento, en suma, la complejidad.
Hay -y no puede negarse- una maximización del “yo”, es decir, el sujeto individual por sobre el “sujeto social” que conduce a que la ética se privatice. No es conveniente, por imperativo del poder de grupos hegemónicos reducidos, apartar los valores esenciales del ser humano social, pues como afirma Morín “todos los humanos, confrontados desde ahora con los mismos problemas de vida y muerte, viven en una misma comunidad de destino” (2000; 20).
La gerencia de hoy debe tener presente que para muchos la vida es un absurdo, sin significado. La ciencia sólo parece contestar preguntas relativas al mecanismo de las cosas y no responde las angustias que el ser humano vive ni las interrogantes que al respecto se formula. Dominar el egoísmo básico, acabar con las guerras, la pobreza y el padecimiento generalizado son aspiraciones que pueden alcanzarse. Existe un reclamo extendido que hace un llamado a la ineludible conciencia responsable. Comprender el mundo de la vida requiere de unos procesos en los cuales la cultura juega un papel significativo, de manera que no basta dejarlos en manos de la ciencia y de la técnica. Aquí, precisamente, es donde Habermas concede a la filosofía la responsabilidad de “actualizar su referencia a la totalidad en su cometido de intérprete de la vida” (2008; 28).
El mundo de la vida, en el que mujeres y hombres existen, debe ser objeto esencial de toda reflexión, no para construir o fundar un modelo de lo absoluto, pero sí para inquirir pensando. Debe haber un compromiso con la justicia, lo cual significa que no es descartable que el bien de todos constituya una idea fundamental, susceptible de concretización para la sociedad.
¿Qué percibimos como realidad en el mundo de hoy? Percibimos que existe una cultura telemática que nos sitúa ante el hecho de que lo global se ha tornado local y lo local se ha vuelto global: en pocas palabras, la glocalidad. Esto en si mismo no es un inconveniente si los términos de las relaciones de poder que la mueven no esconden un mensaje de renuncia a los valores esenciales e inmanentes a la persona humana. Preocupa que fundados en ese desarrollo tecnológico, sobre la base de eufemismos, se nos reduzca a la condición de homo económicus que, dentro de lo que sería la tradicional división internacional del trabajo, reproduzca el rol de la subordinación en el marco de realidades geoestratégicas imbricadas en una relación de centro y periferia.


FUENTES DOCUMENTALES
Attias Basso, Aarón (2016). Una amistad insospechada. Weber y Bataille en torno al desencantamiento del mundo. IX Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Disponible en: http://jornadassociología.fahce.unlp.edu.ar
HABERMAS, Jürgen (2008). Conciencia moral y acción comunicativa. Editorial Trotta. Madrid, España.
MORÍN, Edgar (1999). La cabeza bien puesta: Repensar la reforma. Reformar el pensamiento. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, Argentina.
MORÍN, Edgar (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. Ediciones FACES/UCV. Caracas, Venezuela.
Weber, Max. (1973). Ensayos sobre Metodología Sociológica. Amorrortu. Argentina.


lunes, 19 de noviembre de 2018

Comunicación y Ciencia: Dos formas humanas de aproximarse a la realidad. D. Pino Pascucci S.


COMUNICACIÓN Y CIENCIA: 
DOS FORMAS HUMANAS DE  APROXIMARSE A LA REALIDAD

D. PINO PASCUCCI S.

PUESTO QUE VIVIMOS EN PLENO MISTERIO, LUCHANDO CONTRA
LAS FUERZAS DESCONOCIDAS, TRATEMOS EN LO POSIBLE DE
ESCLARECERLO”.

SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL


El devenir histórico legitima la afirmación de que la comunicación y la ciencia son dos formas humanas de aproximarse a la realidad, por tanto dos formas del saber; una y otra conectan, construyen y se interrelacionan en el proceso de abordar fenómenos, interpretarlos para decir lo percibido considerando el contexto de tiempo y espacio, lo cultural, los principios, los valores, la visión que se tiene del universo del cual formamos parte. Cuando nos comunicamos ponemos en común e intercambiamos subjetividades: ideas, sentimientos y creencias. Para los grupos humanos, independientemente de la actividad que realicen y del modo como conocen el mundo que los rodea, incluido el quehacer “scientia”, la comunicación constituye el factor principal o razón de su integración y prosecución cultural. Pratt afirma, con toda certeza, que: “la comunicación es el verdadero fundamento de la sociedad humana” (1997; 53). 

 El ser humano satisface las diversas necesidades que experimenta en el curso de su existencia: las vitales; las intelectivas como la curiosidad por comprender, interpretar y darle explicación (ciencia y filosofía) a los fenómenos del mundo que lo rodea; las de orden estético (arte) y las asociadas a lo inefable, absoluto y trascendente (religión). Este querer satisfacer sus inquietudes lo convierte en un ser inquisitivo, pesquisidor, que formula hipótesis y establece teorías.

 La humanidad, antes de asistir al nacimiento de la filosofía y de la ciencia, transitó un largo camino en el cual pensó y actuó conforme a fundamentos mito-mágicos. Luego, asume la responsabilidad de explicarse los fenómenos del mundo circundante que originariamente lo asombró apelando a sus capacidades para conocer (capacidades cognoscitivas). De allí la relación que se estableció entre sujeto y objeto (entre el cognoscente y aquello por conocer) utilizando en dicha relación instrumentos epistemológicos. 

El hecho humano de la comunicación pasa a jugar un extraordinario papel y se manifestará, en sus formas y contenidos, conforme a la época correspondiente, en un contexto sociocultural, económico y político. Por ejemplo, los indígenas Mayas predicen fenómenos naturales mediante la observación, y es así como “si se ven relámpagos al sur, quiere decir que no lloverá en 28 días y si hay relámpagos al norte, entonces lloverá al día siguiente. Y con el tacto, tocando el viento, descifran, pueden indicar la temperatura”. (Relato de Humberto AK’ abal, poeta guatemalteco, quien afirma que eso es ciencia). Desde la perspectiva ideológica dominante, los españoles conquistadores y colonizadores condenaron esas prácticas ancestrales porque las consideraban actos de brujería. Pertenecer a una cultura que es distinta, que tiene una diversa cosmovisión y que comunica con otros códigos la realidad que se percibe, caso de quienes por varios siglos asumen la tradición oral, implica una gran responsabilidad, pero también supone un riesgo de cara a la cultura hegemonizante, sojuzgadora y dominante. En el caso guatemalteco, conviene indicarlo, hay veintidós variantes de la lengua Maya, una de ellas, la “K’iché”, es la más popular, la hablan dos millones de personas.

   Por lo visto y expuesto, no cabe duda de que los distintos instrumentos epistemológicos están cargados de historia, han variado con el tiempo, pues el saber no es más que historia, y como lo señala Ernesto Palacios Prü en su obra Ciencia y Tecnología en el Proceso Político-Social de Venezuela, existe una “extraordinaria vinculación entre el proceso evolutivo del hombre y la creación y sistematización del conocimiento del mundo vivo que lo rodeaba y que constituyen las bases filogenéticas de las ciencias de todos los tiempos. O dicho en términos más claros, el origen y desarrollo de una actividad humana que creció al ritmo que el hombre mismo le fue imprimiendo” (13-14; 1986).

 Ese ritmo nos muestra que en el pasado los objetos de la filosofía y de las ciencias particulares aún andaban juntos. Hasta el siglo XVIII una misma persona encarnaba al filósofo y al científico. Pero un nuevo paradigma forzó la separación. El conocimiento iba en crecimiento y fue necesario limitar el campo de la filosofía y el de las demás ciencias. Dos interrogantes se hicieron presentes: una, el sentido del ser (filosofía); otra, qué es el ser en sí mismo (ciencia).

         Instaurado el logos científico, y generados sus resultados, se produce sucesivamente una crisis paradigmática en orden a los criterios que rigen la cientificidad; criterios que ponen en evidencia sus contradicciones, sus paradojas, parcializaciones, modos de expresarse, deficiencias y carencias.

    A manera de ejemplo podemos referirnos a la física que, tenida como modelo de ciencia exactísima, construyó el edificio del mecanicismo como visión del universo: este último es una máquina estructurada por piezas diversas que engranadas funcionan, y de lo que se trata es de comprender cómo se articulan para ponerse en movimiento.    Desde esta perspectiva se asoció el método científico con el paradigma mecanicista de la física, que desde luego es reduccionista, toda vez que las cosas no se determinan las unas a las otras mecánicamente en el tiempo y en el espacio, como lo ha considerado la física mecánica y que así fue asumido en el campo académico.

Albert Einstein puso en tela de juicio las nociones básicas dominantes en la geometría, en la matemática y en la física de su tiempo. Estas proclamaban que inercia y movimiento eran distintos, que tiempo y espacio eran categorías totalmente diferentes y separadas la una de la otra, e igualmente que materia y energía conformaban realidades no integradas. Einstein, con un lápiz y una hoja de papel, para despecho de “sabios” dogmáticos de la época, demostró que las condiciones reales del universo son el movimiento y la expansión, que, además, tiene cuatro dimensiones y no sólo tres. En el universo -demostró este gran científico- encontramos entremezcladas las dimensiones tiempo, espacio, altura y profundidad.

Actualmente en la física aparece una visión de carácter orgánica, holística y ecológica (llamada visión de sistemas). El mundo, ahora, es concebido como “unidad indivisible y dinámica” en el cual todos los elementos están íntimamente vinculados. Se supera así la visión cartesiana y la visión de la física newtoniana.

 Otro ejemplo es el de la biología, la cual se contagió del enfoque fisicista, parcial y fragmentario. Se abrazó la idea de que los organismos vivos son simples máquinas: funcionan según una relación de causa-efecto y al dañarse es menester identificar la única causa. En contrario, el cambio de paradigma señala que los organismos vivos son sistemas no cerrados, son abiertos, cuyo funcionamiento es continuo y para nada estático. Por ello es posible la ocurrencia del fenómeno de la autorrenovación, propio de los sistemas autoorganizadores. 

 A la medicina le ocurrió lo mismo que a las otras ciencias al soportarse sobre la plataforma o matriz epistémica newtoniana-cartesiana: el cuerpo humano es una máquina (algunos creen que el corazón es un reloj o una bomba hidráulica). La salud, según este paradigma, es ausencia de enfermedad, es funcionamiento perfecto del cuerpo-máquina, y, al revés, la enfermedad constituye un funcionamiento defectuoso del cuerpo-máquina, cuya avería el médico debe corregir. Por suerte, se está tendiendo a superar esa visión. La salud y la enfermedad conforman un proceso que debe ser considerado como un fenómeno social, y no exclusivamente como un hecho biológico e individual (unicausalidad biológica). La salud y la enfermedad no se pueden abordar considerándolas en forma estática, negándoles el carácter dialéctico y tratándolas como partes de una realidad ahistórica, meramente biológica y al margen de los factores políticos, sociales, económicos y culturales que la influyen. Ahora, el debate puesto en escena comunica estos criterios que emergen en las ciencias de la salud.      

En la economía, así como en otras ciencias sociales, aconteció algo similar a lo antes dicho. Cuanto más próximo se estuviese de los métodos de la física, más científicos serían los estudios y sus respectivas conclusiones; de ese modo, los medios académicos acogerían con beneplácito y seriedad las investigaciones desarrolladas. Claro, mediante esta práctica, se olvida lo social como aspecto integrante de un sistema vivo formado por seres humanos que están en permanente relación, tanto interpersonal como con el mundo que los rodea.    

Fragmentar implica cortar los nexos de unión, por ello los modelos económicos tienden a cuantificar, otorgando siempre valores monetarios (procurando en la cuantificación exactitud científica). Se olvida que un modelo económico será más preciso si en su formulación se integra la mayor cantidad de elementos que interactúan e interdependen: factores sociales, biológicos, psicológicos, políticos, espirituales, etc. Es evidente que la sociedad y la naturaleza forman un todo orgánico y no realidades atomizadas.

 LA ACTITUD DEL INVESTIGADOR

   La actitud del investigador tiene que ser la de alcanzar verdades evidentes sobre un aspecto particular de la realidad o de lo fenoménico. Sin embargo, aquello que logra el científico es de una estabilidad relativa, pues al obrar con un apropiado espíritu de ciencia no le asigna a lo hallado el carácter de dogma. En la ciencia no existe lo inmutable, lo definitivo, lo eterno en el tiempo, existen conocimientos que se acercan a la verdad, la cual se consigue o se obtiene en forma gradual. 

    El científico se aproxima a la realidad, al fenómeno, a su esencia, a su expresión problemática, para conocer y actuar. Se crea, en consecuencia, un hacer propositivo, modificador de la realidad con apoyo en la aprehensión de la totalidad en movimiento, de sus contradicciones, sus procesos, sus facetas y sus interrelaciones. 

    La Ciencia es permanentemente un conjunto de conocimientos que se vinculan entre si. Habrá ciencia siempre que exista conexión sistemática de todos los conocimientos que la integran, ya que no conviene que se den como un puñado de ideas caóticas; por el contrario, han de formar proposiciones sistemáticamente interrelacionadas.

    En tanto que saber objetivado, las descripciones y explicaciones científicas deben concordar con la realidad y no con el particular capricho del sujeto cognoscente, (la idea de particular capricho alude a la posición arbitraria y no a la validez que tiene el hecho de mirar, interpretar y comunicar desde heterogéneas perspectivas). El científico está obligado a trabajar deslastrado (lo más que pueda) de prejuicios e intereses particulares, de no hacerlo se perdería la certeza necesaria en torno a lo investigado. La labor del científico tiene que corresponderse ética e intelectualmente con la complejidad que exige toda investigación.

 UNA NUEVA MATRIZ EPISTÉMICA, UN NUEVO MÉTODO, UN NUEVO MODELO DE CIENCIA

  Conclusivamente puede indicarse, como afirmaba A. Einstein, que “la ciencia consiste en crear teorías”, y agréguese comunicarlas. Entonces, se hace necesario conocer y comprender el conjunto de mutuas relaciones que subyacen en la realidad, en los fenómenos de orden físico, químico, biológico, psicológico, social, jurídico, histórico, etc. Ello nos llevaría a un nuevo paradigma útil para trascender la visión disciplinaria y conceptual que por largo tiempo ha dominado.

   Crear teorías significa construir modelos apropiados y coherentes, capaces de representar adecuadamente la realidad que se observa. En consecuencia, en el campo académico es imperativo abocarse a la conexión de disciplinas y experiencias que tradicionalmente han sido aisladas. Se requiere superar la comodidad que significa hacer lo convencional. Crear nuevos métodos es un desafío. Lo es también crear teorías integradoras que posibiliten el abordaje de los fenómenos, los cuales no se presentan empaquetados, fraccionados o en “bloques disciplinarios”.

    No sin razón se dice que la realidad es intrincada, de allí que resulta indispensable abordarla desde lo interdisciplinario, lo multidisciplinario y lo transdisciplinario. Los problemas, por su misma naturaleza, son complejos y las disciplinas en forma aislada no pueden resolverlos, por este motivo se requiere de un proceso de investigación que mancomune esfuerzos e inteligencias, en el que las responsabilidades y las autorías sean compartidas en virtud de la participación de científicos de diversas tendencias. Estos esfuerzos e inteligencias que se mancomunan deben abocarse, además, a la integración de mecanismos de comunicación a lo interno y con el resto de la estructura social.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Palacios E. (1986). Ciencia y Tecnología en el Proceso Político-Social de Venezuela. Apuntes Para la Reflexión. Venezuela: Ediciones del Centro de Microscopía Electrónica de la Universidad de Los Andes.
Pratt, H. (1997). Diccionario de Sociología. México: Fondo de Cultura Económica.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Una aproximación al líder y al liderazgo de un tiempo nuevo. D. Pino Pascucci S.

      UNA APROXIMACIÓN AL LÍDER Y AL LIDERAZGO
                                DE UN TIEMPO NUEVO
                                                                                          
                                                                                                         
                                                                                   D. Pino Pascucci S.

En toda organización humana  –las de orden político no son la excepción resulta importante la figura del líder,  aquel que gerencia procesos, tareas, actividades, pues tiene que cumplir el papel de conductor, más aún si los retos de estos tiempos son mayores dadas las complejas realidades, la superación de las visiones reduccionistas  y el surgimiento de ideas que apuntan a la construcción de un mundo con un sentido ético universal. Sin embargo, muchas veces, el papel de conductor o líder encuentra la dificultad de su ejercicio,  toda vez que no se sabe cómo hacerlo, cómo comunicar porque probablemente no se conoce qué significa la expresión líder, de qué manera se es cabeza ductora y en qué consiste la comunicación intersubjetiva más apropiada. A continuación estas interrogantes serán tratadas y respondidas.

QUÉ SIGNIFICA LÍDER:

En los colectivos conformados por personas, independientemente de su naturaleza o finalidad, de si son públicas o privadas, de si se ocupan de lo político, empresarial, educativo, cultural, deportivo, social o de cualquier otra actividad (fundamentalmente la lícita), suele utilizarse la palabra líder para referirse a aquel individuo o equipo que ocupa cargos relevantes o tiene la responsabilidad de conducir, administrar o dirigir tareas trascendentales e inherentes a una organización.

Muchas son las definiciones que, a partir del siglo XIX, se han elaborado alrededor de la palabra líder, siendo de importancia conocer  la esencia del término líder, su etiología, etimología y alcance con la finalidad de manejarlo en forma adecuada y comprender con precisión el fenómeno del cual se ocupa. A propósito de esta intención lingüística, Márquez (2004) refiere que el término es polisémico, que de acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) es un calco del vocablo inglés Leader, el cual se utiliza para referirse a la “persona que un grupo sigue, reconociéndola como jefe u orientadora”.

    Explica el citado autor que el término líder puede utilizarse para aludir a la persona o al equipo que va a la cabeza de una competición. Indica que en un principio fue usado en sentido restringido ya que se limitaba a la actividad política; es decir, líder seria el jefe de un partido político. Sin embargo, con posterioridad se amplió para referirse al campo sindical, religioso, deportivo, económico, empresarial, etc. Hoy en día trasciende lo personal e individual para ser aplicado también en lo institucional, por ejemplo, hablamos de empresa líder, de equipo líder, de país líder respecto a una región o hemisferio en particular.

     Para Napier y Gershenfeld (2000), según la perspectiva teórica del liderazgo varía la figura del líder, así, dichos autores distinguen: liderazgo como poder, la teoría de la organización, la teoría de las características, la teoría de las situaciones, la teoría de la visión y la evaluación ética, para explicar la naturaleza del líder de acuerdo con cada una de ellas.

    Siguiendo a los citados autores, el liderazgo que se centra en acción, en hacer las cosas con la intervención del líder, quien actúa como motor que impulsa al grupo, independientemente del estilo que adopte, es ejercido por una persona guiada por el otorgamiento de poder. En este sentido, se establecen diversas clases de poder: el de referencia, el legítimo, el experto, el de recompensa o el de coerción, según sea el tipo de influencia que se ejerza sobre el área o las personas. En el de referencia, por ejemplo, se acepta voluntariamente la influencia del líder bajo el influjo de la identificación y no de la manipulación. En el poder legítimo, existe una relación de autoridad que genera el derecho de la toma de decisiones. El poder experto se fundamenta en el conocimiento que posee la persona a quien se le otorgan las facultades o atribuciones para representar o decidir. El poder de recompensa normalmente se encuentra referido a situaciones de posición, en tanto que el poder de coerción se manifiesta en situaciones de amenazas.

    En la teoría de la organización se explica el liderazgo ejercido en términos de función y posición jerárquica de donde surgen claras vías de autoridad.

    La teoría de las características explica el liderazgo ejercido por “quien ha nacido para ser líder”, identificando la figura del líder como algo entrañablemente unido a la personalidad.

    La teoría de las situaciones argumenta que las personas pueden adquirir destrezas, conocimientos y habilidades que le permiten ejercer técnicas de liderazgo para cada situación particular.

    El liderazgo visionario o teoría de la visión, conlleva a explorar “las necesidades sociales y llamar la atención del público hacia el futuro” (Napier, ob. cit. Pág. 171).

    La evaluación ética, como forma de liderazgo, requiere la presencia de alguien que induzca a los seguidores a actuar en búsqueda de metas que representen valores, lo que para Calabrese, citado por Napier, incluye “respeto por todos los miembros de la sociedad, tolerancia para con las opiniones y culturas divergentes” (idem. Pág. 172).

    Lo expuesto nos hace traer a colación ciertos estilos de liderazgo, que sirven para ilustrar algunas de las teorías indicadas. 

ALGUNOS ESTILOS DE LIDERAZGO
    En primer término, debe acotarse que el liderazgo no es otra cosa que el ejercicio de actividades a cargo de quien o quienes poseen la condición de líder. Davis y Newstrom (2003) señalan que: “En todos los casos, el liderazgo es el acto final que identifica, desarrolla, canaliza y enriquece el potencial existente en una organización y sus miembros” (Pág. 193).

Autocracia, Autoritarismo, Burocracia, Autoridad
   

Al hablar de líderes y de estilos de liderazgos (autocrático, autoritario y burocrático) como formas de ejercer la autoridad, porque en última instancia liderar, de acuerdo a estos estilos, implica una noción de cara al poder,  es necesario precisar qué connotaciones tiene cada una de esas formas, cuál es su significado y alcance, para de ese modo conocerlas con precisión e identificar su uso, abuso, conveniencia e inconveniencia en el  manejo de las relaciones interpersonales en el seno de una organización.

    Todos los tipos y estilos de liderazgos se nutren del ejercicio de la autoridad, sea ésta política, espiritual, social, ética, entre otras. La autoridad puede emplearse de modos diversos, digamos que en unos casos con excesiva ortodoxia y  en otros  con relativa heterodoxia. La gradualidad del uso de la misma  nos puede colocar en situaciones de liberalidad excesiva rayana en la anarquía, o en situaciones de usar (utendi) y abusar (abutendi) de la autoridad con nefastas consecuencias para el colectivo, para la organización.

    Por autoridad (auctoritas, autoritatis) se entiende –según el DRAE- el carácter o representación de una persona por su empleo, mérito o nacimiento. Es potestad o facultad, es poder que una persona tiene sobre otra que le está subordinada. Hasta aquí este sustantivo no presenta problemas. El inconveniente surge cuando creamos el autoritarismo como modelo para militar en él, y cuando la conducta del guía o dirigente se adjetiva al tornarse en autoritaria.

    El autoritario se identifica como aquel que se  fundamenta exclusivamente en la autoridad, es partidario exagerado, excesivo, del principio de autoridad, pretendiendo por consiguiente la sumisión incondicional de otros, a extremo de generar el autoritarismo como sistema.

    La autocracia (del griego autocratos, gobierno de una sola persona) es un sistema en el cual la voluntad omnímoda de quien gobierna –uno solo- se convierte en la suprema ley. El autócrata es una persona que por cuenta propia ejerce la autoridad absoluta (legibus solutus). En él se funden todos los atributos del poder.

    Burocracia es una expresión de origen francés  (derivada del sustantivo bureau cuyo significado es mueble para escribir, oficina) que  se refiere a la influencia exagerada de los funcionarios públicos en los asuntos del Estado. Usualmente  burocracia, burócrata y burocrático son términos que sugieren la existencia de trámites y procesos tan variados, seguidos y complejos cuya finalidad es la de ejecutar decisiones administrativas. En ocasiones tales características desnaturalizan la actividad que se pretende regir, regular o direccionar. El burócrata actúa como tal investido de autoridad,  suele apegarse a la rutina, a normas más o menos inflexibles y es, en ocasiones, renuente a introducir innovaciones.

    Liderazgo Democrático y Participativo versus Liderazgo Autoritario y Autocrático
    Especial énfasis merecen los liderazgos democrático y participativo, en tanto y en cuanto se perfilan como estilos más apropiados para estos tiempos en los cuales la altísima conflictividad y la necesidad de colmar expectativas requieren de adecuados interlocutores, acciones, propuestas y respuestas concertadas.

    En el liderazgo democrático y en el participativo los seguidores también desempeñan papeles activos. En los liderazgos autoritarios y en los autocráticos la relación con respecto a los seguidores es unidireccional, unilateral, se apoya sobre la base del paradigma “uno, o guía o es guiado”.

Liderazgo Conservador y Liderazgo Progresista

    Se ha insistido en que hay diversas maneras de calificar líderes y liderazgos. No existe, por supuesto, una fórmula ortodoxa y excluyente para acometer tal tarea; pero, es muy importante que al momento de señalar alguna deben tomarse en cuenta las cualidades de tipo subjetivas. Al hacer referencia a estas cualidades conviene indicar aquello que guarda relación con el carácter de los sujetos involucrados, sea el dirigente o el séquito.

    El valor, la simpatía, la posesión de ciertos conocimientos, dotes, cualidades sociales, o la combinación de todas ellas, constituyen las virtudes subjetivas que dan lugar al carácter. Mediante la adecuada utilización de aspectos actitudinales y aptitudinales  es posible organizar y dirigir los intereses y las actividades de un grupo de personas que se unen para la realización de algún proyecto.

    En el caso del líder conservador todas sus capacidades y cualidades están orientadas a fomentar el interés por mantener lo establecido. Este líder es resistente a los cambios y trata de preservar o aumentar la eficacia técnica sobre la base del uso de paradigmas tradicionales.

    El líder progresista fomenta el interés por el cambio de manera que, con la mayor amplitud, se distribuyan los beneficios de éstos entre todos los miembros de la organización, esforzándose también por aumentar la eficacia técnica.

    Podría decirse que el líder conservador tiende a ser más reactivo y el progresista, por lo contrario, tiende a ser más proactivo. En uno u otro caso la influencia del dirigente sobre los seguidores puede ser transmitida en forma directa, a través de otras personas o por medios artificiales.

    Bobbio y Matteucci (1988), intelectuales italianos de destacadas trayectorias en el campo de la sociología, del derecho y de la ciencia política, consideran que el líder conservador es de “routine”, es decir, de rutina porque no crea, no reelabora ni su papel ni el contexto en el que lo desempeña. Este líder, incluido su liderazgo, cumple exclusivamente un rol de guía de una institución en la que, si acaso, le imprime su estilo personal.

    Los autores arriba citados señalan que el líder progresista, incluido su liderazgo, es innovador, reelabora el papel de guía de una institución ya existente, reelabora su propio papel y el de la organización. Para filósofos como Hegel, exponente de la dialéctica idealista, los “grandes líderes” aparecen con más facilidad en aquellas sociedades u organizaciones que se encuentran en fase de rápida transformación estructural. Sin duda, desde la propuesta de los cambios continuos (lo dialéctico), Hegel se refería al líder progresista.

   
LÍDER Y SEGUIDORES
   
    El historiador Orazio Petracca señala que a principios del  siglo XX se gestó una concepción del líder superadora de la concepción tradicional representada por el paradigma “uno, o guía o es guiado”. La nueva visión empezó a señalar que “todos los que guían son igualmente guiados”. Es obvio, conforme a lo señalado, que líder y seguidores se encuentran dentro de una relación de influjo reciproco. Desde esta visión, la realidad del líder y la realidad de sus seguidores son complementarias, al punto de que estos últimos (excepción hecha en las experiencias autoritarias y autocráticas) bien pueden denominarse colaboradores de quien guía o dirige.

    Los seguidores, según las razones por las cuales se unen a su líder, pueden dividirse en dos tipos:
    A. Aquellos que son fieles, cuyo compromiso tiene un alto componente moral.
    B. Aquellos en cuyos casos el motivo fundamental para acompañar al líder es el de un interés determinado y muy particular. Aquí, en un todo de acuerdo con el liderazgo transaccional, ubicamos a los mercenarios.

En materia de relaciones entre líder y seguidores, el problema de fondo es el atinente al conocimiento del por qué quien es guiado sigue a quien lo guía. Ante esta interrogante es útil saber cómo es el comportamiento de algunos líderes. Este comportamiento, en forma diferenciada, constituye una tríada tipológica:

    1) Líderes que son capaces de concebir una gran idea y de cautivar a los seguidores.
    2) Líderes que tienen la capacidad de interpretar a sus seguidores y, por tanto, tienen la habilidad de tornar explícito el sentimiento de quienes les acompañan.
    3) Líderes que representan a sus seguidores y manifiestan la voluntad y opinión conocida y establecida por estos últimos.

    Puede indicarse que las cualidades personales del líder son de capital interés, puesto que constituyen dotes específicas que explican las razones por las que logran controlar a sus seguidores. Entre dichas cualidades se encuentran: la fuerza de voluntad, conocimientos superiores, convicciones profundas, solidez en las ideas, confianza en si mismos, capacidad de concentración y, en algunos casos, bondad de ánimo y desinterés capaces de despertar en los guiados sentimientos que, si bien no están extinguidos, se encuentran adormecidos.

    El líder debe tener ciertos rasgos, a saber: clara definición de ideas, actuación  consustanciada  con   ideas    coherentes   y   bien  determinadas, conocimiento  exacto de lo que se quiere, precisión de a dónde se dirige y por qué va hacia allí y capacidad de comunicar.

    Los rasgos precedentes  señalados activan el liderazgo, el cual no es otra cosa que saber enfrentar acertadamente las adversidades, saber manejar tolerantemente las opiniones opuestas, la discusión, el debate de ideas, la persuasión, aún cuando tenga opositores que no se dejen convencer. Un líder, referida esta expresión a la persona, no puede renunciar al razonamiento como “arma de combate”.

    El liderazgo implica un proceso-situación en el que una o varias personas  (también instituciones,  como ya se ha dicho)  en  mérito  de  la  capacidad que poseen encuentran seguidores. En definitiva, ser líder significa saber iniciar una conducta social; significa dirigir, organizar, administrar, regular los esfuerzos de otros en razón de la capacidad para persuadir y en razón de la empatía que activa la aceptación voluntaria de sus seguidores.

       No debe atribuírsele cualidad de líder a aquella persona, grupo o institución que logra la aceptación por vía impositiva. Cuando hay subordinación por temor o por desventaja estratégica no podemos hablar de aceptación voluntaria de los seguidores; en este último caso, la complejidad de la motivación está signada por situaciones problemáticas o crisis que abonan el camino para lograr el sometimiento de mala gana.

LÍDER, LIDERAZGO VERDADERO Y COMUNICACIÓN EMPÁTICA
El líder verdadero

Al leer el trabajo de Farson (1997), se advierte que el liderazgo adecuado va a depender de circunstancias o situaciones particulares, todo lo cual redundará en beneficios para la organización. El líder debe comprender que la labor tiene que ser interdependiente e interactuante con el grupo, capaz de evocar conocimiento, técnicas y la capacidad de aquellos que se encuentran en la organización.

El líder es democrático cuando acepta las ideas de otros. Con esta conducta logrará promover la inteligencia y la participación de los integrantes del colectivo. En estos casos el  líder no se vale de la autoridad per se, echa mano de una buena disposición para servir a su gente. El mejor líder es aquel que adquiere poder dentro del grupo sin pretender dominarlo, ya que tiene la buena voluntad de serle útil, de consultar a aquellos miembros que no se han expresado y de escuchar atentamente a todos.

Un líder con estas actitudes tiene la virtud de exponer clara y extensamente sus propios puntos de vista y alienta a los miembros de la organización para que planteen  sus pareceres. Su esfuerzo de servir va dirigido a cooperar con el grupo a los fines de que el mismo permanezca concentrado en el asunto que lo ocupa y en las tareas que se deben realizar.

El buen líder es humilde. El mérito rara vez se lo atribuye, lo comparte con los integrantes de la organización en la medida en que les reconoce todo cuanto han aportado y todo cuanto han hecho para el logro de los objetivos trazados. El líder con estas cualidades predica que en cada ser humano hay energía y potencial creativo; pero no solo lo predica sino que lo practica cada vez que genera estímulo y propicia las oportunidades para que las capacidades afloren y se materialicen en realizaciones concretas. Una conducción con estas cualidades personales implica apoyar las propias convicciones en los postulados de la democracia participativa.
 
El líder que actúa del  modo antes señalado tiende a retirar obstáculos y a facilitar procesos, toda vez que posee la habilidad para ayudar a revelar la inventiva y la iniciativa de sus seguidores. Un líder genuino, auténtico, no castra las facultades del grupo, no se las roba ni crea un clima de sobredependencia. Propende a solicitarle a cada integrante acción previsora para que anticipe las necesidades que puedan presentarse y, así, ofrecer soluciones en lugar de problemas.

El líder genuino brinda principios sólidos: integridad, tenacidad, respeto y afecto por quienes dirige. Es transformador porque aquello que es confuso lo torna comprensible. Basa su acción en la confianza (confía en el grupo, en la sabiduría que tiene el colectivo). Genera confianza  ya que los miembros de una organización saben que tratan con alguien que puede comportarse  genuinamente, tal cual como es, sin fachada, fingimientos o acciones defensivas, que - como refiere Farson - no se limita a administrarlos.

Comunicación empática:

Cuando se propone la comunicación empática como clave para las relaciones interpersonales  atinadas, se induce a precisar de qué trata la comunicación y qué significa el calificativo empático.

La comunicación es un proceso de poner en común o intercambiar ideas, sentimientos, creencias, principios y valores. Es, por lo visto, una acción que involucra a sujetos, los cuales utilizan primordialmente la palabra articulada como vehículo para la interacción social. La palabra articulada, que no es el único lenguaje para la comunicación, es un atributo y un don del ser humano.

Lo empático atañe a una capacidad de percibir y de sentir. La percepción y el sentimiento llevan a comprender emociones ajenas como si fueran propias; y para ello es necesario vivir un proceso de identidad, de identificación con el otro u otros, de reconocimiento a la otredad.

La comunicación empática permite la interacción social adecuada. Permite que los seres humanos puedan compartir experiencias, intercambiar pareceres, difundirlos entre los integrantes de una organización, familia, nación o cualquier agrupación humana, llegando a constituir de ese modo el factor principal de unidad.

La comunicación, en general, es el auténtico soporte de la sociedad humana, mucho más si se trata de comunicación empática. La comunicación con apego al paradigma de la empatía lleva a la comprensión profunda y completa del otro, tanto en el plano emocional como en el intelectual.

Toda comunicación empática produce acercamiento, confluencia interpersonal,  diálogo   honesto  y  transparente,   satisfacción,   porque  se procura entender, valorar, apreciar y reconocer. Comunicarse de esta forma es acrecentar la estima mutua, es plenar de riqueza afectiva las relaciones íntersubjetivas. La comunicación empática catapulta la posibilidad de superar el conflicto porque quien primero atiende, quien primero comprende, luego logra atención y comprensión.

Tales resultados satisfactorios y enriquecedores ocurren,  ya que, en el proceso de poner en común, o intercambiar estados subjetivos, el ser humano se vale no sólo del lenguaje oral, sino también del emotivo, del gestual, del corporal y, en ocasiones, del escrito, lo cual hace comprender de verdad la realidad del interlocutor, lo que  está  dentro de su cabeza y dentro de sus emociones.

A MANERA DE COROLARIO

    Quien asuma la responsabilidad de dirigir colectivos humanos, proyectos, instituciones o emprendimientos diversos debe saber que está llamado a jugar el rol de guía; si tiene plena conciencia de ello comprenderá que le tocará ser líder. Si comprende qué significa esto, alcanzará tal condición y la asumirá con la esencia que ella tiene y que ha sido esbozada en las líneas precedentes.

       Para la condición de líder, auténtico y verdadero, no basta la formalidad de estar a la cabeza, de tener el encargo de timonear organizaciones, ideas, programas y  personas, es importante usar herramientas y recursos  válidos, tener capacitación, transmitir saberes, recibir conocimientos y experiencias ajenas; es necesario crear un delta de comunicaciones con canales fluidos y abiertos  que  conecten  con  el  océano  de complejidades, riquezas, opiniones, sentimientos  y  realidades diversas que gravitan en los múltiples universos. El ser humano es parte de una comunidad compleja, y quien desee estimularla, convocarla e invitarla a un hacer transformador, enriquecedor y vital, debe saber construir el liderazgo, verdadero liderazgo, comunicarse empáticamente y actuar con ética, pues como afirma Perdomo (2001) “La Historia propone solamente como modelos ideales a los hombres que han alcanzado las más altas cumbres éticas”.

REFERENCIAS DOCUMENTALES

Bobbio, N. y Matteucci, N. (1988). Diccionario de política. Volumen II. Siglo XXI Editores.  México. D.F., México.

Davis, K. y Newstrom, J. (2003). Comportamiento humano en el trabajo. Undécima edición. Mc Graw Hill. México. D.F., México.

Farson, R. (1997). Administración de lo absurdo. Tomo IV. Editorial Nomos: Colombia.

Márquez, A.  La Palabra.  Diario Últimas Noticias, Caracas,  01-02-2004, pág. 49.

Napier, R. y Gershenfeld, M (2000). Grupos: Teoría y experiencia. Cuarta Edición. Editorial Trillas, México. D.F., México.

Perdomo, R. (2001). Cómo enseñar con base en principios éticos. Universidad de Los Andes. Ediciones del CDCHT. Primera edición. Mérida, Venezuela.

Real Academia Española (2001). Diccionario de la Lengua Española. Vigésima Segunda Edición. Espasa. Madrid, España. 

martes, 9 de octubre de 2018

Reinaldo Solar y los que se quedaron. Dr. Reinaldo Rojas.

De las obras de don Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar es la novela que trata la fuga de los venezolanos y al releerla parece que sus personajes le hablan a la Venezuela del presente.
 
Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. 
El tema de la crisis vuelve a poblar nuestro imaginario, pero siempre, como algo extraordinario, ajeno a nuestras actuaciones. Es una palabra que se usa sin detenernos muchas veces en reflexionar acerca de su significado. El problema de fondo no es, pues, la situación de crisis sino cómo la asumimos, la entendemos y tratamos de superarla. 

De las obras de don Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar es la novela que trata la fuga de los venezolanos, y al releerla parece que sus personajes le hablan a la Venezuela del presente. La familia Solar tiene un antes y un después, como el país. Un antepasado heroico, de conquistadores, fundadores de pueblos, héroes y próceres de la independencia. Hombres fuertes y normales, “hasta mi abuelo”, dice Reinaldo en su autobiográfica novela. ¿Y el presente? Un brusco estancamiento. Tíos desorientados y un padre que es una mezcla de artista y de místico fracasado. Lo enviaron a Europa a estudiar música y al regresar al país, como nadie lo entiende, se aisló y se entregó “a la morfina y a la teosofía”. 
Huyó hacia adentro. 

Desorientado por la crisis 
Reinaldo es el venezolano políticamente desorientado por la crisis y desaparición del poderoso movimiento liberal del siglo XIX, consumido por la traición, la corrupción y la guerra, que terminó en la dictadura de Juan Vicente Gómez, a quien Manuel Caballero llamó el tirano liberal. ¿Un contrasentido? Reinaldo Solar, con el título de El último Solar, fue escrita en 1913, año en que comienza a asomarse el rostro represivo, tiránico y militarista del gobierno que preside el general tachirense, a partir de su ruptura con el Consejo de Gobierno, que adversa su intención continuista, y la inauguración de La Rotunda como cárcel política, con el confinamiento por catorce años del general Román Delgado Chalbaud, por conspirar contra el gobierno. 

En aquel clima político, a la crisis económica que nos viene de la guerra se suman las epidemias de fiebre amarilla, peste bubónica y viruela que desde 1912 azotan a Caracas y sus alrededores. En aquel ambiente hostil, el escritor redacta su novela, publicada en 1920, cuando contaba con 36 años de edad. Gallegos era entonces director de la revista Actualidades y había iniciado su carrera de educador en el Colegio Federal de Varones de Barcelona y luego en el Colegio Federal de Caracas, futuro Liceo Andrés Bello. 

En aquella Venezuela menguada, Reinaldo era uno de esos jóvenes ansiosos de conquistar el porvenir. Pero en esa búsqueda, al mirar hacia atrás, no encuentra nada. No hay tradición de la cual partir. Y es que el venezolano, como no conoce su historia, prefiere comenzar de cero. El diálogo entre Reinaldo y sus amigos es sobre la falta de tradición literaria en Venezuela. Y llegamos al capítulo de las acciones a tomar. 

Emigrar
“Es necesario emigrar”, es la consigna. “Lo decía el bracero sin oficio, el industrial y el comerciante que se afanaban en un trabajo ímprobo, el capitalista que veía en peligro su hacienda, el intelectual que atesoraba los más puros valores espirituales y vivía temeroso de encontrar un día violentada y prostituida su riqueza”. Y Reinaldo es el más vehemente en la necesidad de la fuga. Libre de la tutela de su casa, renunciaría a todo lo que poseía para luchar entre extraños. Aventurero sin sombra y sin fortuna, no lleva más ventaja que su inteligencia. Pero, ¿por qué huir? Se trata –dice uno de los personajes– de la teoría de la fuga que no es nuestra ni es de ahora, aunque es tan vieja como la nación. Es una forma de patriotismo negativo. Sólo se manifiesta en renuncia o en despedida. 

Ficción
¿Y por qué se van? Responde el otro. “Sencillamente, porque aquello es lo fantástico y esto lo real”. Vivimos como los conquistadores, de la eterna expedición a El Dorado, ficción inventada por el indio para perder al español. Nuestra fuga fue hacia Europa. Hoy es a Estados Unidos o a cualquier parte de América Latina. ¿Amor a la aventura, incapacidad para la labor rutinaria y pequeña de todos los días? 

Y este es el otro mensaje de Gallegos. “Somos incapaces para la obra paciente y silenciosa. Queremos hacerlo todo de un golpe; por eso nos seduce la forma violenta de la revolución armada. La incurable pereza nacional nos impulsa al esfuerzo violento, capaz del heroísmo, pero rápido, momentáneo.” Vivimos en una eterna encrucijada. Y el que se queda nos deja este mensaje: 

“Creo que nuestro deber está en quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la patria, para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor”. 

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